LA FIRMA DE ALBERT EINSTEIN
Algunas consideraciones grafopsicológicas
La frase “Tiene firma de ministro” es una expresión muy extendida entre el común de las personas ajenas al conocimiento de la psicología de la escritura. La consideración era que una firma “semejante a la de un ministro” gozaba de los mejores atributos gráficos, y por extensión de personalidad. Desde el punto de vista de los parámetros gráficos, estos “mejores atributos” se refieren a la ampulosidad de los rasgos, la extensión tanto en horizontal como en vertical, el adorno con elementos gráficos innecesarios, un mayor tamaño que la letra manuscrita, llena de desproporciones… En definitiva, exactamente lo contrario de lo que postula toda la literatura de la psicología de la escritura con respecto a la firma y el texto. Al observar tanto la firma manuscrita como la escritura correspondiente en la fotografía que adjunto, constatamos justamente no ya lo contrario, sino, más certeramente, que Albert Einstein firma igual que escribe, es decir, que su firma es una prolongación podríamos decir que milimétrica de su propia escritura. Si midiéramos al milímetro cada una de las letras que componen su firma, constataríamos su concordancia. Y, no solo en este caso, sino en todas (y han sido muchas) las ocasiones en que he tenido la oportunidad de comprobarlo.
La persona, en sentido vertical, se divide en tres partes: cabeza, tronco y extremidades. Y tanto la psicología de la Gestalt como la concepción del Eneagrama nos enseñan que convivimos con tres yoes: el “yo” mental, el “yo” emocional y el “yo” físico. Claudio Naranjo, en la conferencia de presentación del libro 27 personajes en busca del ser, explica que siempre le interesaron mucho los tres tipos de Sheldon: ectomorfo, mesomorfo y endomorfo. Pensamiento, sentimiento y movimiento, tres órdenes de valores ya desde la vida embrionaria. Pero, al encontrar dificultades matemáticas, Claudio Naranjo siguió estudiando y buscando: Eysenck, Cattell, Jung, el test de Rorschach y otros. Finalmente, de la mano de Oscar Ichazo se da cuenta de que en el Eneagrama están las tres estructuras y también está Sheldon con las tres regiones: acción (la parte de arriba), pensamiento (a la izquierda) y emoción (a la derecha). La psicología de la escritura (la grafología) también postuló estas tres partes: si imaginamos la palabra familia escrita en letra minúscula, la zona gráfica correspondiente a las vocales y la letra “m” corresponde al yo emocional, mientras que la parte que está por encima de la zona central corresponde al yo mental, y la zona inferior corresponde al yo físico. Es verdad que en otros alfabetos, como el árabe o el chino, no podemos basarnos en esta división visual aplicable al castellano y extensible a todos los idiomas occidentales. En estos casos, y dada esta dificultad, lo prudente es basarse exclusivamente en parámetros gráficos más universales, como la velocidad escritural, el tamaño de la letra, la presión gráfica, los gestos tipo (particularidades gráficas de cada persona), la separación entre líneas, los márgenes, la distribución escritural en la hoja de papel, y un largo etc. Esto sucede porque la escritura no es una realidad biológica como el cuerpo (cabeza, tronco y extremidades: tres yoes) sino que es un objeto cultural resultado de la creación colectiva de la humanidad. Así pues, como objeto cultural, la escritura tiene múltiples formas de plasmarse gráficamente, y nos muestra la conciencia personal, es decir, nos permite determinar a qué estructura caracterial corresponde la persona autora de una escritura manuscrita. Los estudios para interrelacionar el Eneagrama con la escritura manuscrita son aún escasos y poco sistematizados, pero la grafología ha distinguido tradicionalmente entre texto (yo social) y firma (yo íntimo), entre el yo “exterior” y el yo “interior” de Wilber y Thompson.
Cuantas más diferencias gráficas haya entre la firma y el texto, más impostura, más máscara, menos verdad. La persona muestra una actitud social radicalmente distinta de la que tiene en su hogar, en su cueva, allí donde nadie le ve. Así pues, cuanta más diferencia gráfica haya entre la escritura manuscrita y la firma, más actor, en el peor sentido de la palabra, es su autor. Más incoherente, más turbio. La psicología de la escritura también asume los postulados y avances de la comunicación no verbal. Pongo un ejemplo muy sencillo: si vemos a una persona andando por la calle con el cuerpo ligeramente inclinado y la cabeza caída (y lo hace así por norma) no podemos extrapolar que está expresando una gran alegría. Del mismo modo, cuando se trata de un texto manuscrito, vemos que la mayoría de las líneas escritas, en lugar de mantener una posición horizontal, exhiben una caída significativa, sabemos que esa persona alberga más tristeza que alegría. La cosa es más compleja, desde luego, pero esto solo en un ejemplo simple sin ánimo de mayor profundidad. Yendo al caso concreto de Albert Einstein, vemos una extrema semejanza gráfica entre su firma y su letra manuscrita, hasta el punto de que son indistinguibles; tanto es así que ni tan siquiera tiene rúbrica como es habitual en la inmensa mayoría de las firmas. Esta (la rúbrica ) es una costumbre cultural que muchas veces tiene el efecto de hacer ilegible el nombre del autor de la firma, y que también, en contra de lo que suele creerse, facilita la falsificación documental, puesto que cada una de las letras que componen una palabra, en este caso el nombre y los dos apellidos, es un dibujo, un dibujo que se interrelaciona (a través de enlaces, o no, particulares de cada persona) con las otras letras, que también son un dibujo, creando una dinámica gráfica personal, lo cual sí es verdaderamente difícil de falsificar, mucho más que el dibujo de una rúbrica. Así pues, esta extrema sobriedad gráfica indica una personalidad y un psiquismo enamorado de la verdad, que aborrece el barroquismo y el adorno como forma de comportamiento. Las personas que conocieron a Einstein en su vida social (yo social, yo exterior, yo manifestado) no sabrían distinguirlo del Einstein íntimo (yo íntimo, yo interior). De esta persona cabe esperar la máxima autenticidad, un enamoramiento de la verdad, una irreprochable honestidad intelectual. También cabe esperar el cumplimiento de la palabra dada, cabe esperar la responsabilidad debida, y no cabe esperar ningún apego a la solemnidad, justo la necesaria para no desentonar en las convenciones de la distinción social. Pero él no siente ningún apego a estas convenciones, no representan para él el más mínimo estímulo intelectual. Tiene una claridad excepcional a la hora de separar lo accesorio de lo que es realmente importante. Esa conjunción tan excepcional entre el tamaño de su letra y el de su firma, hasta el punto (insisto) de que firma tal como escribe, nos habla también de una inteligencia y una personalidad igualmente excepcionales.
La persona, en sentido vertical, se divide en tres partes: cabeza, tronco y extremidades. Y tanto la psicología de la Gestalt como la concepción del Eneagrama nos enseñan que convivimos con tres yoes: el “yo” mental, el “yo” emocional y el “yo” físico. Claudio Naranjo, en la conferencia de presentación del libro 27 personajes en busca del ser, explica que siempre le interesaron mucho los tres tipos de Sheldon: ectomorfo, mesomorfo y endomorfo. Pensamiento, sentimiento y movimiento, tres órdenes de valores ya desde la vida embrionaria. Pero, al encontrar dificultades matemáticas, Claudio Naranjo siguió estudiando y buscando: Eysenck, Cattell, Jung, el test de Rorschach y otros. Finalmente, de la mano de Oscar Ichazo se da cuenta de que en el Eneagrama están las tres estructuras y también está Sheldon con las tres regiones: acción (la parte de arriba), pensamiento (a la izquierda) y emoción (a la derecha). La psicología de la escritura (la grafología) también postuló estas tres partes: si imaginamos la palabra familia escrita en letra minúscula, la zona gráfica correspondiente a las vocales y la letra “m” corresponde al yo emocional, mientras que la parte que está por encima de la zona central corresponde al yo mental, y la zona inferior corresponde al yo físico. Es verdad que en otros alfabetos, como el árabe o el chino, no podemos basarnos en esta división visual aplicable al castellano y extensible a todos los idiomas occidentales. En estos casos, y dada esta dificultad, lo prudente es basarse exclusivamente en parámetros gráficos más universales, como la velocidad escritural, el tamaño de la letra, la presión gráfica, los gestos tipo (particularidades gráficas de cada persona), la separación entre líneas, los márgenes, la distribución escritural en la hoja de papel, y un largo etc. Esto sucede porque la escritura no es una realidad biológica como el cuerpo (cabeza, tronco y extremidades: tres yoes) sino que es un objeto cultural resultado de la creación colectiva de la humanidad. Así pues, como objeto cultural, la escritura tiene múltiples formas de plasmarse gráficamente, y nos muestra la conciencia personal, es decir, nos permite determinar a qué estructura caracterial corresponde la persona autora de una escritura manuscrita. Los estudios para interrelacionar el Eneagrama con la escritura manuscrita son aún escasos y poco sistematizados, pero la grafología ha distinguido tradicionalmente entre texto (yo social) y firma (yo íntimo), entre el yo “exterior” y el yo “interior” de Wilber y Thompson.
Cuantas más diferencias gráficas haya entre la firma y el texto, más impostura, más máscara, menos verdad. La persona muestra una actitud social radicalmente distinta de la que tiene en su hogar, en su cueva, allí donde nadie le ve. Así pues, cuanta más diferencia gráfica haya entre la escritura manuscrita y la firma, más actor, en el peor sentido de la palabra, es su autor. Más incoherente, más turbio. La psicología de la escritura también asume los postulados y avances de la comunicación no verbal. Pongo un ejemplo muy sencillo: si vemos a una persona andando por la calle con el cuerpo ligeramente inclinado y la cabeza caída (y lo hace así por norma) no podemos extrapolar que está expresando una gran alegría. Del mismo modo, cuando se trata de un texto manuscrito, vemos que la mayoría de las líneas escritas, en lugar de mantener una posición horizontal, exhiben una caída significativa, sabemos que esa persona alberga más tristeza que alegría. La cosa es más compleja, desde luego, pero esto solo en un ejemplo simple sin ánimo de mayor profundidad. Yendo al caso concreto de Albert Einstein, vemos una extrema semejanza gráfica entre su firma y su letra manuscrita, hasta el punto de que son indistinguibles; tanto es así que ni tan siquiera tiene rúbrica como es habitual en la inmensa mayoría de las firmas. Esta (la rúbrica ) es una costumbre cultural que muchas veces tiene el efecto de hacer ilegible el nombre del autor de la firma, y que también, en contra de lo que suele creerse, facilita la falsificación documental, puesto que cada una de las letras que componen una palabra, en este caso el nombre y los dos apellidos, es un dibujo, un dibujo que se interrelaciona (a través de enlaces, o no, particulares de cada persona) con las otras letras, que también son un dibujo, creando una dinámica gráfica personal, lo cual sí es verdaderamente difícil de falsificar, mucho más que el dibujo de una rúbrica. Así pues, esta extrema sobriedad gráfica indica una personalidad y un psiquismo enamorado de la verdad, que aborrece el barroquismo y el adorno como forma de comportamiento. Las personas que conocieron a Einstein en su vida social (yo social, yo exterior, yo manifestado) no sabrían distinguirlo del Einstein íntimo (yo íntimo, yo interior). De esta persona cabe esperar la máxima autenticidad, un enamoramiento de la verdad, una irreprochable honestidad intelectual. También cabe esperar el cumplimiento de la palabra dada, cabe esperar la responsabilidad debida, y no cabe esperar ningún apego a la solemnidad, justo la necesaria para no desentonar en las convenciones de la distinción social. Pero él no siente ningún apego a estas convenciones, no representan para él el más mínimo estímulo intelectual. Tiene una claridad excepcional a la hora de separar lo accesorio de lo que es realmente importante. Esa conjunción tan excepcional entre el tamaño de su letra y el de su firma, hasta el punto (insisto) de que firma tal como escribe, nos habla también de una inteligencia y una personalidad igualmente excepcionales.
Josep Maria Infantes
Posgrado en Grafoanálisis del Dibujo y de la Escritura por
la Universitat Ramon Llull de Barcelona. Diplomado en Psicología de la Escritura
por la Cátedra de Medicina Legal de la Universidad Complutense de Madrid.
Perito Calígrafo Judicial por la Escola de Doctorat i Formació Continuada de la
Universitat Autònoma de Barcelona. Miembro de la Asociación Profesional de
Peritos Calígrafos de Catalunya. Miembro
fundador de la Societat Catalana de Grafologia. Miembro de la asociación
Grafopsicológica de Madrid y de la Sociedad Española de Grafología. Terapeuta
Gestalt. Consultor sistémico, titulado ( tres años) en la Formación Internacional en Constelaciones
Familiares y Sistémicas por el Institut Gestalt de Barcelona.